Las bicicletas son para el verano de Fernando Fernán Gómez: Un canto a la dignidad frente a la barbarie de la Guerra Civil (Libro y película)

 


Este mes de agosto celebramos el centenario del nacimiento del actor, director, dramaturgo, novelista y académico Fernando Fernán Gómez. Con motivo de este aniversario nos acercamos a la adaptación de su más célebre obra de teatro, Las bicicletas son para el verano, dirigida por Jaime Chávarri en 1984. Un canto a la dignidad frente a la barbarie de la Guerra Civil.

El éxito abrumador de Las bicicletas son para el verano

Fernán Gómez parte de sus recuerdos adolescentes para construir el argumento de Las bicicletas son para el verano, publicada en 1977, en los inicios de nuestra democracia. El montaje teatral llegó en 1982, al Teatro Español de Madrid, a cargo de José Carlos Plaza. El éxito de crítica y público fue abrumador, por lo que la adaptación cinematográfica no se hizo esperar.

La obra, articulada en dos partes, sigue las vicisitudes de una familia acomodada madrileña desde poco antes del estallido de la guerra hasta poco después de su final. El suspenso en Física de Luisito y sus veleidades literarias, las aspiraciones artísticas de Manolita, las relaciones vecinales… la vida, en resumen, se ve truncada por unos acontecimientos que parecían imposibles.

La sencillez de la historia alcanza el nivel de clásico moderno gracias a la inteligencia y sentido del humor con el que está contada y la hondura y humanidad de sus personajes. Los diálogos, chispeantes y llenos de verdad, nos enfrentan a una reflexión sobre la libertad y la condición humana. No sorprende, entonces, que Las bicicletas son para el verano se haya representado en tantas ocasiones, cuente con una versión radiofónica y sea indispensable para la comprensión del teatro español del siglo XX.

Sobre la adaptación

La dirección de la película recayó sobre Jaime Chávarri (El año del diluvio, Las cosas del querer). Del reparto de la obra, solo se mantuvo -y fue un gran acierto- a Agustín González (La escopeta nacional) en el papel de don Luis. Se incorporaron Amparo Soler Leal (La gran familia), como Dolores, la madre; Victoria Abril (¡Átame!), como Manolita; y Gabino Diego (Amanece que no es poco), que debutaba en la pantalla interpretando al cándido Luisito.

A nivel interpretativo, destaca, sobre todos, Agustín González, en uno de sus mejores papeles. Logra dotar a Luis de la viveza del original y es difícil imaginar a otro encarnando a este abnegado, comprensivo y concienciado padre de familia. Es el personaje con más matices, quizás el mejor construido y con las líneas más memorables. La piedra angular, sin duda, sobre la que se sostiene el relato.

En el otro extremo, Gabino Diego, de solo diecinueve años, recibió tal varapalo de la crítica de la época que se planteó dejar la interpretación. Lo cierto es que el Luisito, un personaje crucial, es interpretado aquí con un punto bobalicón que no le hace justicia.

El resto del reparto está más que correcto. Especialmente destacables, por el colorido que aportan, son los secundarios: Aurora Redondo, la octogenaria de derechas que se divorcia de su marido republicano por incompatibilidad de caracteres; Carlos Tristancho, como el pretendiente apocado de Manolita; Marisa Paredes, la casera;  o Patricia Adriani, la criada que medra en la adversidad. Todos ellos conforman un entrañable y variopinto microcosmos, que refleja la diversidad de la sociedad de la época.

Madrid, ¡no pasarán!

El guion estuvo a cargo de Salvador Maldonado, que hizo un interesante, y nada sencillo, trabajo de adaptación. Se optó por cambiar los interiores del original por localizaciones exteriores, convirtiendo así la ciudad de Madrid en un personaje más. Por otra parte, se decidió sustituir algunos diálogos por escenas metafóricas, como la del juego de la guerra que abre la película. También se suprimieron algunas líneas argumentales secundarias.

En cualquier caso, se aprecia un intento por mantener el tono optimista y humorístico del original, sin caer en lo melodramático. El problema es que como lectores imaginamos la depauperación de los personajes, pero visualmente se pierde verosimilitud si no vemos los indicios del hambre. La familia habla de las lentejas cada vez más escasas, pero no vemos la demacración en sus rostros. Este es uno de los aspectos en los que la adaptación no logra acertar.

El propio Fernando Fernán Gómez, en un principio, no estuvo del todo de acuerdo con la adaptación. Consideraba que quedaba ideológicamente atenuada, especialmente, en relación a las ideas anarquistas con las que él mismo se identificaba.

Conclusión de Las bicicletas son para el verano

Desde un punto de vista comparativo, la película se queda tibia y no logra reflejar la potencia del texto. Pierde también la oportunidad de realizar una crítica vigorosa de la situación de desamparo que vivió la población civil durante estos años. Se omiten eventos muy relevantes a nivel histórico y de una gran carga simbólica, como el bombardeo del pan. Se pasa también un poco de puntillas sobre las consecuencias de la revocación de las leyes republicanas, que invalidaron no solo divorcios y matrimonios, sino también el dinero acuñado en determinadas fechas y los títulos escolares.

En suma, es una película que sabe abordar de forma agradable un pedazo triste de nuestra historia reciente y que nos acerca, aunque no logre estar a su altura, a la obra dramática del polifacético Fernando Fernán Gómez.

Publicado en Cinemagavia

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