REVISIÓN FEMINISTA DEL MITO EN LAVINIA DE URSULA K. LE GUIN

 

Lavinia es un personaje muy pequeño dentro del universo de la mitología clásica. Su importancia en la Eneida es solo circunstancial como objeto de intercambio entre caudillos. Esto es paradójico ya que, desde un punto de vista narrativo, simboliza el destino que Eneas debe alcanzar y, en ese sentido, es la mujer más importante del poema. Frente a la potencia de otras figuras femeninas, especialmente Dido, ella es una silueta sin voz. En ningún momento del poema pronuncia una sola palabra. Habrá que esperar a Ursula K. Le Guin para poder disfrutar de un desarrollo completo del personaje.

En la tradición literaria Lavinia nunca recibe un tratamiento individualizado. Siempre se la recrea como un elemento secundario en el contexto de las guerras del Lacio, acompañada de la constelación de personajes que protagonizan estos hechos.

Ursula K. Le Guin no solo fue una prolífica escritora, sino una de más influyentes de las últimas décadas en los géneros de fantasía y ciencia ficción. Ideológicamente, es una autora comprometida con el anarquismo y el feminismo, rasgos que encontraremos en casi toda su producción. Sus narraciones ofrecen además un enfoque fundamentalmente antropológico.

Lavinia fue publicada en 2008 y galardonada con el Locus en 2009, mismo año en que apareció en castellano en la editorial Minotauro. Toma como protagonista a Lavinia, quien narra en primera persona toda su vida desde la situación previa a la llegada de Eneas hasta su desaparición final, desarrollando desde una perspectiva femenina la llegada de los troyanos a una Italia de paisajes bucólicos. Como fuente principal utiliza la Eneida, seleccionando, suprimiendo y amplificando algunos elementos, pero recurre a otras fuentes para completar algunos detalles del argumento, entre las que cabe destacar Dionisio de Halicarnaso, o Tito Livio y Cristina de Pizán, de quienes toma la capacidad política de la princesa.

Ya Ovidio había reconstruido el relato virgiliano desde el punto de vista de un personaje femenino en sus Heroidas sometiendo la materia épica a las convenciones de la elegía amorosa. En Ovidio vemos, gracias a la traslación de la voz narrativa a Dido, sustituido lo político por lo emocional. Se trata de una voz femenina alejada de la masculinidad épica de la Eneida, lo que supone un cambio radical con respecto a su fuente. Esta misma traslación la encontramos en la novela de Le Guin.

La exploración de un relato mítico desde el punto de vista femenino, con una defensa de la paz y un interés por lo emocional, ubica esta novela en una tradición que arranca en los trágicos griegos, sobre todo Eurípides, y que ha vivido una reactivación en el siglo XX, especialmente desde posicionamientos feministas, como es el caso de la Casandra de Christa Wolf, publicada en Alemania en 1983, o Penélope y las doce criadas de la canadiense Margaret Atwood, de 2005. En estas obras vemos adaptada la materia épica a los nuevos moldes de la novela posmoderna desde la cosmovisión ideológica del feminismo. Es el denominado revisionist mythmaking que encontramos definido en Mujeres, espacio y poder de Mercedes Arriaga Flores:

También la crítica norteamericana Alicia Ostriker propone una tesis parecida cuando utiliza el concepto de “revisionist mythmaking” (creación revisionista de mitos) como una estrategia feminista que permite redefinir a las mujeres y su cultura (Ostriker 1986:316). En “The Thieves of Language: Women Poets and Revisionist Mythmaking”, Ostriker recurre a la imagen de que las escritoras deben “robar” el lenguaje, tradicionalmente masculino y, por tanto, inapropiado para narrar experiencias femeninas, y se centra en la aportación de diversas poetas contemporáneas que en su obra transforman el significado de mitos y símbolos patriarcales hasta dotarlos de valores más positivos para la mujer. La labor de estas autoras consiste, por tanto, en reconstruir unos mitos iniciales para construir sobre ellos otros nuevos en los que la mujer se sienta incluida“.

¿En qué sentido podemos decir que Lavinia se integra en el revisionist mythmaking?

Para empezar, Lavinia tiene la voz de la que carece en la Eneida para poder expresar desde su propia perspectiva femenina los acontecimientos marcadamente masculinos del poema.

La feminidad en la novela es un rasgo respetable. El pudor y la prudencia de la princesa son más aceptables que el valor guerrero de Camila –como el propio Virgilio afirma, Lavinia vale por diez Camilas. No se persigue, por tanto, una asunción por parte de las mujeres de valores y rasgos característicamente masculinos, relacionados con la violencia y la falta de comunicación pacífica. La feminidad de Lavinia no le resta carácter o iniciativa. 

toma los rasgos de personalidad del personaje presentes en la Eneida y les otorga un valor positivo.

Las actitudes sexistas son censuradas y tienen consecuencias fatales para quienes las presentan. Frente a los valores positivos de Eneas, la misoginia de Ascanio lo convierte en un personaje negativo. Amata, que es una mujer activa y que se rebela a las decisiones de su esposo, es, sin embargo, un personaje también sexista ya que considera a las mujeres objetos que utiliza en su beneficio:

“Si para algo sirve una chica, es para casarla bien”.

Este rasgo es muy llamativo, ya que en una lectura superficial parecería que el empoderamiento de Amata, frente a la actitud más dócil de Lavinia, haría de la reina una representante de posturas feministas. Sin embargo, como hemos dicho, el feminismo de Le Guin es pacifista y conciliador. La actitud de Amata no está provocada por el feminismo, sino por la enfermedad mental y resulta autodestructiva. Las posturas de estas dos mujeres, madre e hija, son irreconciliables y es una de las principales diferencias con respecto a la versión virgiliana.

El Virgilio recreado por Le Guin reconoce sus errores está abierto al cambio gracias a sus conversaciones con Lavinia, como también lo hacen Latino y Eneas. Son personajes flexibles, abiertos a la escucha y alejados de la rigidez de planteamientos de un Turno o de una Amata.

Lavinia pone en cuestión los valores patriarcales que la rodean. En sus conversaciones con Virgilio no comprende, por ejemplo, que pueda producirse una guerra por una infidelidad, cuando la solución más sencilla para Menelao habría sido divorciarse. Logra alcanzar una situación igualitaria con Eneas, a quien ofrece su apoyo y consejo, como lo hará también con Ascanio, a pesar de todo, y de Silvio. Se nos presenta como una soberana capaz. Todo esto no supone infravalorar a los personajes masculinos. No encontramos revanchismo ni furia, ni siquiera contra Ascanio. El amor entre Lavinia y Eneas, un héroe tradicionalmente patriarcal, representa esta actitud conciliadora cuyo fin es alcanzar la paz y el equilibrio. Eneas es capaz de abandonar la misoginia griega, encarnada aquí en Ascanio, y adoptar las costumbres etruscas, mucho más integradoras, que se ejemplifica en la presencia de las mujeres en los banquetes. Esta es una forma muy sutil de plantear la construcción de los roles de géneros como un hecho cultural y, por tanto, arbitrario.

Tenemos oportunidad de profundizar sobre esta cuestión cuando Ascanio y Eneas hablan sobre sus diferentes concepciones de lo que significa la masculinidad:

“Lo más cerca que estuvo de discutir la situación de su hijo fue con motivo de una especie de conversación dilatada en el tiempo que mantuvieron sobre el tema de la virtud. La virtud masculina, claro, en el sentido original de la palabra: la masculinidad. Ascanio dijo en una ocasión, con toda su juvenil pomposidad, que la única prueba de auténtica virtud era el campo de batalla. La auténtica virtud era la habilidad en el combate, el valor de luchar, la voluntad de vencer, la victoria.

– ¿La victoria? – preguntó Eneas.

– ¿Qué sentido tiene la habilidad y el valor si estás muerto?

– ¿Acaso Héctor no era virtuoso?

– Pues claro que sí. Ganó todas sus batallas, salvo la última.

– Como todos- señaló Eneas.

Esto era un poco excesivo para Ascanio, quizá, y el tema quedó en el aire. Pero Eneas volvió a sacarlo una noche durante la cena.

– Así que un hombre sólo puede demostrar su masculinidad en la guerra…- dijo con tono meditabundo-

– Cierta clase de masculinidad, al menos- sugirió Acates. Supongo que la sabiduría es una virtud tan grande como la destreza en la batalla, ¿no?

– Pero quizá no limitada a los hombres- dije”.

Una vez más Lavinia abandona su mutismo para realizar una corrección a un discurso masculino y erróneo, en este caso de Ascanio.

El feminismo de Ursula K. Le Guin se integra dentro del llamado feminismo de la diferencia, una de las ramas de la llamada segunda ola feminista, que se desarrolló entre los 60 y los 90, y que se caracterizó por una revisión y reivindicación de los valores femeninos, determinados por las peculiaridades del cuerpo de la mujer que, a su vez, influyen en su forma de ver el mundo. Pero también está profundamente marcado por la filosofía taoísta. En el siguiente pasaje vemos la capacidad adaptativa y transformativa de la mujer como un elemento positivo frente a la rigidez masculina.

Los que acusan a las mujeres de carecer de fe y ser mudables, aunque lo dicen celosos de su propio honor sexual, siempre amenazado, tienen parte de razón. Nosotras podemos mudar nuestra vida, nuestro ser. Al margen de nuestra voluntad, cambiamos. Del mismo modo que la luna cambia pero sigue siendo una, nosotras somos vírgenes, esposas, madres y abuelas. A pesar de su espíritu inquieto, los hombres son lo que son: una vez que se ponen la toga viril, no vuelven a cambiar. Así que convierten esa rigidez en virtud y se resisten a todo aquello que podría ablandarla y hacerlos libres“.

Muchos otros son los rasgos que hacen de Lavinia una novela extraordinaria, como la polifonía, la integración de lo metaliterario, la reconstrucción documentada de las costumbres de los pueblos prerromanos, la filosofía taoísta que impregna toda la novela, y hacen de ella un excelente ejemplo del vigor y capacidad para ofrecer nuevas lecturas que aún conserva la materia mítica clásica.

Publicado en Revista Quimera

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